lunes, 17 de julio de 2017

"Los guantes manchados de sangre" Por Charo Ariana y Facundo Scanio

Charo Ariana y Facundo Scanio se conocieron en la escuela primaria nº 17 de Moreno. En 6º año fueron los únicos dos alumnos de la escuela que tuvieron constancia en el taller de cuentos organizado por la biblioteca de la escuela. “Los guantes manchados de sangre” es el primer cuento que escribieron juntos y es un claro homenaje a la obra de Arthur Conan Doyle. Hoy tienen trece años. Charo cursa el primer año de la secundaria en la Escuela Mariano Moreno y Facundo cursa el primer año en la Técnica nº 1 de Moreno. Charo Ariana se encuentra trabajando en una novela oscura sobra la vida de una adolescente Emo y tiene entre sus planes convertirla en una novela gráfica que publicará en YouTube. 


Aquella mañana, Adriana Delgado recibió una nota de Trevor Phillips, el dueño de la mansión en donde se sucedieron los hechos que me dispongo a narrar. La nota decía: “He recibido su carta de recomendación laboral. Me gustaría concertar una entrevista para el cargo de ama de llaves”. Adriana sonrío con la carta en sus manos, apretó la misiva contra su pecho y pensó en la posibilidad de acceder a un trabajo decente después de años de miseria.
         A la mañana siguiente Adriana llegó a la mansión cuando aún era temprano. Trevor la recibió junto a sus sirvientes en la puerta de la mansión. Se mostraron muy amables. A Adriana la gustó la primera impresión. Entraron y se dirigieron al estudio de Trevor. Se trataba de un ambiente oscuro, frío y desagradable. Luego de la entrevista Trevor se dirigió a la sala a hablar con sus sirvientes. Luego regresó al estudio y la comunicó a Adriana que el cargo era suyo y que podía empezar de inmediato. Ese día transcurrió sin mayores problemas
         A la mañana siguiente, mientras estaba aún en su cuarta, Ariana sintió golpes debajo de la cama, como si hubiese alguien debajo del suelo. Se levantó de inmediato y se dirigió al estudio de Trevor para decirle que se escuchaban golpes debajo de su habitación. Trevor le dijo que seguramente era Grady que estaba limpiando la caldera, que no se preocupara. Adriana regresó a su habitación y creyó escuchar gemidos entre los golpes. Se dirigió una vez más al estudio de Trevor. Antes de ingresar, escuchó que Trevor discutía con alguien. Adriana miró por el ojo de la cerradura y alcanzó a ver que la biblioteca del estudio se cerraba a modo de puerta.
         Adriana no vio a Trevor en todo el día y no pudo dejar de pensar en qué habría detrás de la biblioteca. La intriga pudo más que ella y al atardecer fue a investigar qué había detrás del estudio.
Cuando llegó al lugar se aseguró que no hubiera nadie observando. Ingresó al estudio y se dirigió directo a la biblioteca. Comenzó a sacar una hilera de libros y, por el espacio que quedaba abierto, vio un pasillo en donde se alcanzaba a ver varias puertas, parecido a los pasillos de los hospitales. Adriana siguió moviendo los libros hasta que la biblioteca se abrió dejando el paso despejado. Adriana se adentró algunos metros por el pasillo y el temor la paralizó: se respiraba un aire de muerte. Regresó rápidamente a su cuarto. Esa noche no pudo dormir.
         A la mañana siguiente pidió permiso a Trevor para ir a llevar una carta a la oficina de correos para avisarla a su madre sobre el trabajo conseguido. Cuando llegó al pueblo fue directo a la oficina del comisario. El comisario la escuchó detenidamente y le dijo que le iba a presentar a los investigadores que se iban a encargar del caso. El comisario levantó el teléfono y llamó a Holmes para pedirle que se presente. Holmes llegó cinco minutos más tarde junto con su ayudante Watson. Tomaron nota de todo lo que relató Adriana. Luego de contarlo todo, Holmes cerró su libreta y la guardó en el bolsillo del saco. Adriana le preguntó si no pensaba hacer nada. Holmes le dijo que estarían atentos, pero que no podían hacer nada con los elementos que ella aportaba, que se quede tranquila y regrese a su trabajo, que podía tratarse del cansancio por el viaje. Luego Holmes le entregó una tarjeta con el número de su oficina. Le pidió que si sabía de algo más se lo comunique.
         A la mañana siguiente Adriana se despertó nuevamente con los golpes debajo de su cama. Salió de su habitación y notó la casa vacía. Se dirigió al estudio y golpeó la puerta, nadie contestó. Miró por el ojo de la cerradura y no vio a nadie. Ingresó y fue hasta la biblioteca. Se tomo los hombros por el frío. Corrió los libros y le biblioteca se abrió. Ingresó por el pasillo oscuro y detuvo delante de una de las puertas. Era una puerta metálica con una manija grande al estilo de una palanca. Movió la palanca y la puerta se abrió. Se encontró frente a unos estantes metálicos vacíos. Adriana cerró la puerta y abrió la siguiente luego la otra. Al abrir la tercera puerta Adriana dio un salto hacia atrás. En una de las bandejas había un cadáver. Adriana se dio cuenta que aquel lugar era un cámara de frío. Por eso el estudio de Trevor era un lugar tan frío.  Quiso irse, pero escuchó de nuevo los golpes y los gemidos que se escuchaban desde su habitación. Provenían del final del pasillo. Adriana caminó hasta el fondo tomándose los hombros por el frío. Vio un trapo tirado en al pasillo, antes de la última puerta. Lo levantó y vio que se trataba de un par de guantes blancos manchados de sangre. Era del tipo de los guantes que usaban las amas de llaves, idénticos a los que le habían dado a ella junto a su uniforme. Adriana dejó caer los guantes y se quedó mirando la  puerta desde dónde provenían los golpes y los gemidos. Se acercó muy despacio y al llegar a la puerta miró hacia adentro. Era una habitación oscura en las que se encontraban dos chicas desnudas y escuálidas atadas con cadenas. Una de ellas se acercó velozmente en cuatro patas como si fuese un perro y le gruñó mostrando sus dientes. Adriana salió corriendo y se tropezó con una cadena que se encontraba en el pasillo. Calló boca a bajo a los pies de Trevor. Cuando se levantó vio a Holmes y Watson a mitad del pasillo. Corrió hacia ellos y se abrazó al cuerpo de Holmes. Quiso decirle que había mujeres en la habitación, pero la voz le temblaba. Holmes entendió. La miró y le dijo:

–No te preocupes. Todas ellas fueron amas de llaves. 

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